16 Abril 2025
Evangelio
Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?” Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.

El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” Él respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’ ”. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?” Él respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo, Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.
Reflexión
Dr. Carlos Gomez-Meade ’01
Hispanic Alumni Board Member
¿Han notado alguna vez la meticulosidad con la que el sacerdote preserva y limpia la patena y el cáliz después de servir la Eucaristía a los feligreses? Este es un detalle que no debe pasarse por alto. ¿Por qué se esmera tanto en preservar hasta la más mínima partícula?
Esta meticulosidad puede parecer irracional.
¿Por qué tantos instrumentos para proteger la pérdida de una simple miga? Entre ellos se encuentran el cáliz, la patena, el copón, las copas de comunión, el palio y el purificador.
Al crecer en el sur de Texas en una familia mexicoamericana, solíamos desayunar un platillo mexicano muy típico llamado “migas”. El nombre de este platillo proviene de la tradición de usar las migas de tortillas de maíz, que a menudo quedan en el fondo de la bolsa, para freírlas y cocinarlas con huevos y otros ingredientes. La idea es que cada miga de tortilla tenga un propósito: alimentar a una familia sin desperdiciar lo que muchos considerarían algo digno de ser tirado a la basura.
El cuerpo de Cristo en su totalidad está compuesto por TODOS nosotros. Todos en la tierra. Vivos y muertos. Somos migajas. Somos SUS migajas. ¿Cuántas migajas componen el cuerpo de Cristo? La respuesta es TODAS. Sin una sola migaja, el cuerpo está incompleto.
Por tanto, como nos enseñó Jesús, la cabeza del cuerpo, amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Puede que te sientas como una migaja inútil. Quizás pienses que eres una migaja tan pequeña que eres invisible. Pero nadie es invisible para Dios, tu Padre, quien te creó. Como cualquier padre para sus hijos, todos somos amados. Todos. Pero sin ti, tus amigos y tus enemigos, tú y yo, y el cuerpo de la iglesia, el cuerpo de Cristo, el amor de Cristo y el espíritu de amor… estamos incompletos.
Entonces, ¿qué clase de migaja eres? Eres una migaja preciosa e irracionalmente amada. Una persona económicamente exitosa es una migaja preciosa de Cristo. Un misionero que sirve a los necesitados es una migaja preciosa de Cristo.
Judas y todos nosotros que alguna vez traicionamos a Cristo somos migajas preciosas de Cristo.
Un mendigo ciego es una migaja preciosa de Cristo. Una persona sorda es una migaja preciosa de Cristo.
Un drogadicto es una migaja preciosa de Cristo.
Un asesino es una migaja preciosa de Cristo.
Un adúltero es una migaja preciosa de Cristo.
Un niño, una persona demasiado mayor para sentirse útil a alguien, una prostituta, una madre soltera, un empleado que trabaja incansablemente sin sentir ninguna utilidad en la sociedad, un bebe no nacido… todos son migajas preciosas del cuerpo de Cristo. Todos somos amados por igual y sin reservas por nuestro Creador. Con un amor irracional.